martes, 2 de septiembre de 2014

LA VIDA SIGUE.

LA VIDA SIGUE.
Normalmente, sale a correr cuando el calor aprieta menos. Estos días largos de sol, permiten salidas a últimas horas de la tarde. El recorrido es rutinario, sabe que aquellos kilómetros cada dos o tres veces en semana le enfrenta a un yo meditativo y calmado. Es un recorrido corto aunque con desnivel, su edad tampoco le permite más, mas vale regularidad a poca intensidad que demasiada intensidad en poco tiempo. Su cuerpo cansado sale del letargo lentamente y tras las primeras zancadas, pide no seguir. Los lentos y flojos músculos, tendones y articulaciones pretenden resistirse al movimiento obligado que su mente quiere imponer. ¿Para qué continuar?, solo les esperaba cansancio, agotamiento y seguramente dolor.
Aquella noche, todo eran prisas. Muchas caras que no conocía. Ruidos violentos y extraños para una mente desorientada. Esas personas hablaban pero no llegaba a entender que decían. Solo recordaba el cuerpo húmedo por una llovizna gélida, continua y cargada de pequeños brillos bajo la luz de las farolas. No estaba dormido. Su pensamiento muy vivo intentaba ensamblar todo aquello. Quería darle forma y encajar las piezas para entender que pasaba. ¿Dónde están las personas que conozco? ¿Quién son toda esta gente? Y sobre todo… este dolor, ¡de dónde… !.
Al poco de iniciar el recorrido, la cosa se pone seria. Una larga subida de un par de kilómetros hacen disminuir un ritmo, que aunque no muy apretado, notaba su desaceleración. No pretendía batir ningún récord, la lucha era consigo mismo. No pretendía competir, acortar tiempos, disminuir el ritmo medio, alargar distancias, solo quería conectar cuerpo con mente en una misma cosa. Camino, aunque concurrido por tráfico, si deja que el silencio entre los esporádicos vehículos te envuelva. La parte de paraje rural al borde de los olivos facilita percibir abruptamente su cuerpo.
En el transcurso de esos pocos minutos, al pasar por aquel paisaje, el mundo se hacía más pequeño, ¡podía controlarlo!, por lo menos… eso quería pensar. Sus hijos, acabado el periodo de formación, estaban pendientes de un trabajo al que siempre se aspira, pero nunca llega. Trabajos esporádicos y mal remunerados, no les permiten una vida independiente y autónoma. Esperan la eterna oportunidad de un mercado de trabajo oportunista, viciado y sin escrúpulos. Su mujer, aporta a casa todo lo que puede. Cerró el negocio de sus sueños. Los tiempos cambiaron para negarle continuos préstamos y las deudas hicieron el resto. Los trabajos discontinuos en lo que sea, hoteles, escobas y fregonas, cuidado de personas mayores y la casa, asfixian un ánimo que por la edad apetece enroscarse y dejarse llevar. El mundo es lo que es. Cuando necesitamos aferrarnos a lo que tenemos y a lo que somos vemos en el pasado la oportunidad de conseguir un futuro. Aquellos meses, convaleciente en una silla de ruedas terminaron tras aferrarse a un pasado lejano de oportunidades, ambiciones y esperanzas. No hay futuro sin pasado. Tenemos la habilidad de aprender de nuestros errores y el que no aprende lo paga. El futuro empieza con saber y reconocer tu propio pasado.
El cansancio empezaba a notarse. Las piernas y sobretodo el estómago unidos en rebeldía, hacían piña para exigir a su cerebro la posibilidad de un abandono. Aunque, los cuerpos en movimiento, por la inercia, una vez iniciado este, son muy propensos a eludir la frenada y posterior parada.   
Se despertó bastante turbado. Los ojos se abrieron poco a poco, para reconocer a su mujer e hijos con cara de pasmo y desconsuelo. Todavía no sabía lo que había pasado. Sin poder hablar, con la mirada, pidió una explicación que lo sacara de aquel sopor. Aquella noche un peatón inesperado, al pasar por el paso cebra lo desequilibró con un vuelco en el corazón. No hizo falta mucho más que un pequeño apretón desproporcionado en la maneta del freno trasero, el cuerpo arrastrado y deslizado por la incesante lluvia se encontró con la señal de tráfico a la altura de la cintura. Sus piernas no se movían. La médula quedó parcialmente dañada con la consecuente inacción de extremidades inferiores. Sentado en una silla de ruedas, era ver el mundo de otra manera. Solo se le ocurrían dificultades, contratiempos y negaciones. En las semanas y meses posteriores la rutina fue seguir pasando el tiempo con lo que los profesionales decidían y el desánimo apetecía. Su estado inmovilista tanto física como mentalmente, desesperaba a todos los que le rodeaban. La posibilidad de establecer nuevas conexiones en la médula existía. Solo había que intentarlo, el sacrificio físico estaba detrás de una posible recuperación.

La pendiente llega a su fin. El corazón lo percibe exageradamente. El acelerado ritmo cardíaco, aparta un pensamiento ensimismado en el pasado. Pero el pasado persistente, no lo deja. No fue un chispazo, más bien una concatenación de preguntas y exclamaciones; ¿y ahora qué? ¿eso… es todo? ¡Qué voy hacer ahora! Los médicos entendían que había posibilidades. No fue nada fácil, las piernas no querían responder. Había que reeducarlas y espabilarlas a base de sufrimiento y dolor. La familia, un apoyo fundamental por su paciencia y los profesionales por su conocimiento. Un año después las piernas parecen estar en disposición de una normalidad que le permite correr con reparos, pero con mucha satisfacción de lo conseguido. Sus temores y miedos continúan con la idea de que se pueden vencer. Las dificultades de la vida y su familia, ¡ahí… están!. La vida le dio la oportunidad de seguir, luchar y vencer. Luchar con el ánimo de que por muy extraordinario haya sido un episodio de esta y se haya superado, tenemos que acatar una ley universal, LA VIDA SIGUE.

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