martes, 25 de marzo de 2014

Beberse la calle.

Para los que sois de fuera de esta ciudad, os habrán llegado noticias de lo que pasa cuando empieza la primavera por estas veredas. Miles y miles de jóvenes, venidos de muchos lugares, se juntan, para celebrar una estación del año que bien parece verdad, altera mucho. No voy a cuestionar que tanta asociación, sea propio de una libertad en otros tiempos tan buscada y deseada, puede divertir. Tampoco cuestionaré que el beber en plena calle, siempre que no haya tanto estropicio, guste hacerlo con los colegas. Que decir, que los jóvenes quieran beber alcohol, si fuese un principio la moderación y no el abuso y tampoco cuestionaré que tanta diversión en la calle a costa del perjuicio de otros no se pueda hacer una vez al año. Ya puestos, tampoco, cuestionaré que se facilite tal asociación y de alguna forma su promoción en condicionar una zona en la ciudad para tal propósito. Y, por qué no, ya que estamos, no vamos a cuestionar que a los vecinos de esta ciudad nos salga un pico tanto alborozo. Suponiendo que tanto razonamiento y argumentación nos motive a aceptar una vez al año tanto desparrame, sí que me vais a permitir, cuestionar sobre tanto coma etílico, inyección de vitamina B, malintencionada y malograda mezcla de alcohol con otras cosas, pérdida de conciencia y actitudes tan deplorables de "jovencitas y jovencitos". Es difícil, no justificar este tipo de actitudes, si los que también fuimos jóvenes, tuvimos nuestros momentos de capricho y juerga. Salvando las distancias, creo que los de mi quinta no llegaban a tales extremos, por lo general. Buscábamos la diversión y pasárnoslo bien... claro, pero creo que teníamos mas claro cuales eran nuestros límites y hasta donde podíamos llegar. Por lo menos, creo que la moderación en aquellos tiempos era una virtud que ahora no existe. Sobretodo, porque la figura autoritaria (ya sabéis a quienes me refiero) nos exigían un horario y un estado de compostura (eran otros tiempos y aunque nos pese no iban desencaminados). Suponiendo que no se pase la moda y que todo esto sea inevitable durante muchos y muchos años, a los que todavía tendremos que padecer en nuestra estirpe la posibilidad de sufrir tales desmanes, solo nos queda una cosa, educación. Que tengan que asociarse de esta manera, que tengan que beber, que tengan que divertirse, que tengan que hacer todo este tipo de cosas sin la atenta, amenazante y escudriñadora mirada de sus progenitores, faltaría mas. Pero, sobretodo, que tengan la virtud de la moderación en sus casas, en sus padres y en toda persona influyente en sus vidas. Virtud, de la que los adultos para ellos, tienen que ser un ejemplo no solo de palabra sino de hechos. Nuestra actitud y comportamiento, ante la bebida, por ejemplo, tiene que ser la de la moderación, como poco. ¡Se me olvidaba!, también, un poquito de buena suerte como para que cualquier desgraciado no se cruce en sus caminos vertiendo en sus copas ese potingue químico del momento como para hacerles perder la cabeza y su dignidad. SALUDOS.

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